Educando el piloto automático.
Todo ser humano tuvo en
su vida alguna mala experiencia relativa a la falta de contención de sus
envites emocionales dando lugar a una acción o comportamiento inadecuado frente
a terceros. Impulsividad generada por un torrente de hormonas cegadoras que, como
si de un demonio salvaje se tratase, en ocasiones, catapulta nuestra ira a
límites inesperados. Es una función que al nacer, en una mayor o menor medida,
a todos nos viene de serie. Su utilidad es de concepción cavernícola, preservar
nuestra existencia a toda costa. Pero seamos realistas, en nuestro entorno urbanita,
ni vivimos en cuevas cohabitadas por osos ni nuestros jardines ni parques son sabanas
repletas de animales salvajes.
Si alguna vez pudiste perder los papeles no te fustigues en exceso por ello, ¡somos humanos! Si al menos te percataste del error, y asumiste sus
consecuencias, quizás sentaste las bases para tu mejora personal. El
aprendizaje y la mejora comienzan por el reconocimiento
de nuestros defectos y carencias. Lo que se acepta se mejora, lo que se niega se eterniza. Lo que empieza en
cólera, acaba en vergüenza – Benjamin Franklin.
El
Autocontrol se define como el proceso mental que nos permite manejar nuestros pensamientos y emociones para
adoptar comportamientos y acciones acordes con los objetivos que nos hemos
propuesto lograr. Cualidad directamente asociada a la capacidad del ser humano
para inhibir determinadas respuestas límbicas o
reacciones inconscientes en favor de otras más apropiadas a nuestros propósitos
iniciales. El objetivo del autocontrol es llevarnos a buen puerto, nos ayuda a
poner los medios para conseguir el éxito. Pero, si no somos un globo, ¿por qué
estallamos cuando nos pinchan? La explicación se atribuye a factores genéticos
y a nuestras experiencias de vida, o dicho de otra manera, a la interacción de
las experiencias de nuestros ancestros con las nuestras propias.
Resulta paradójico, pero estudios
científicos han determinado que el tipo de vida y las experiencias traumáticas
de nuestros antepasados condicionan hoy en día nuestras conductas. Aunque es un
hecho evidente que el ser humano ha evolucionado de manera sustancial a lo largo del tiempo no puede
extraerse la misma conclusión en lo relativo a su sistema emocional. En
consecuencia, podemos concluir que una parte de la
programación de nuestro cerebro viene predeterminada y es consecuencia
del aprendizaje heredado a lo largo de generaciones.
Tal vez por este motivo un bebé teme mucho más a un reptil que a un enchufe
eléctrico, si bien es el segundo el que representa un mayor peligro potencial
para él.
Nuestro cerebro dispone
de un mecanismo de tipo piloto automático que
está en constante alerta ante potenciales amenazas.
Y dispone de un mecanismo de autodefensa letal para hacer frente a las
situaciones que generan estrés, las emociones. Las emociones son enormes
descargas de energía cerebral que alteran nuestro estado corporal y nos predisponen
a realizar comportamientos específicos. Órdenes profundas y primitivas que nos predisponen a afrontar los acontecimientos de manera
extrema, como si fueran de vida o muerte, y que han sido la clave, en
ocasiones, de salvar la vida al ser humano.
Pero seamos honestos con
nosotros mismos; no todas las situaciones que nos generan estrés son de vida o
muerte ni merecen una respuesta extrema. La clave reside en determinar con
mesura las implicaciones reales que entrañan las situaciones que nos generan
dicho estrés. La Percepción, que no siempre es
igual a realidad, será por lo tanto la variable
fundamental en la aparición del estrés. La inmensa mayoría de los
conflictos de la humanidad tienen su origen en conflictos de percepción. Estos
conflictos podemos tenerlos con terceros, o con nosotros mismos. Pongamos
entonces sosiego en nuestras percepciones.
Cuanto mayor sea la Percepción
sobre el riesgo que origina una potencial amenaza,
de mayor intensidad será la reacción que desencadena la Emoción asociada a la
misma. Además el cerebro del ser humano es peculiar. La desaparición de la causa que engendra la amenaza potencial no garantiza la desaparición inmediata de le emoción
atribuida a la misma. El cerebro es capaz de dejar el sistema de alarma conectado
una vez pasado el peligro. Este hecho nos desgasta muchísimo y puede
desencadenar incluso lesiones orgánicas si los pensamientos negativos afloran
de manera continuada.
"Solo Respira" - Julie Bayer Salzman & Josh Salzman
Nuestra mente tiende a
enredarse en los pensamientos asociados a las
experiencias del pasado, tanto a las negativas como a las positivas. Independientemente
de que sean correctos o no dichos pensamientos, éstos desencadenan convicciones que nos creemos a pie de juntillas y que
refuerzan aún más nuestras ideas preconcebidas. Este hecho nos resta claridad
para afrontar el presente, condiciona inevitablemente nuestros juicios y da
lugar a interpretaciones no siempre adaptadas a la
realidad o paradigmas. Por este motivo sobre-reaccionamos ante
determinadas situaciones. Si la mayoría de los roces vienen asociados a
conflictos entre percepciones divergentes, aprendamos
a percibir sin juzgar y a ignorar nuestros propios pensamientos.
¿Pero dónde reside el
interruptor para lograr el cambio?
Algo tan simple como realizar de manera consciente dos respiraciones profundas puede ayudarnos a mantener a raya a nuestros
impulsos e imposibilitar que nos arrastren las emociones. Las emociones están ahí,
se vuelven nocivas si el motivo que las causa es de origen violento para
nosotros o de larga duración. La capacidad de cambio reside en nuestra
habilidad para regular nuestras emociones. Si una emoción está a punto de
desbordarnos debemos ser capaces de identificarlo y tratar de retomar el equilibrio. Para ello podemos emplear un lenguaje sereno con nosotros mismos de tipo cháchara
mental. El tipo de lenguaje mental que empleemos determinara el nivel de intensidad
de nuestra reacción. Podemos definir incluso un sencillo protocolo:
1. Identificación de la
emoción: “esto es un enfado”.
2. Aceptación o Acogida
amable: “bienvenido Sr enfado”.
3. Exploración: ante el
cuerpo desbocado, “quieto cuerpo, aquí mando yo”.
4. No identificación: “no
pienso enfadarme, yo no vivo enfadado”.
Las emociones tienen un
punto alto y otro bajo de intensidad. Son como las olas del mar de nuestra
mente que vienen y van. Es cuestión de surfearlas mediante la ayuda de un lenguaje
interno amable con nosotros mismos para que no nos arrastren. Se trata por lo
tanto de anticiparse y ralentizar nuestra mente antes de saltar al vacío y
tomar las riendas de nuestra vida.
¿Cómo aplica el
Autocontrol en las Organizaciones?
Por muy loables que sean
los objetivos definidos por los Gestores, éstos no han de caer en la trampa de
escudar sus reprobables acciones en la excusa de la necesidad imperiosa de la consecución
de dichos objetivos. La consecución de un objetivo cuantitativo puede ser algo
puntual y no por ello garantizar la continuidad de los beneficios atribuidos al
mismo de manera estable. Al contrario, si somos capaces de alcanzar nuestras metas sin impregnar de cadáveres el camino
estaremos contribuyendo a nuestra excelencia y no a la mal llamada
supervivencia que agoniza una vida miserable.
Gestionar sin Autocontrol da como resultado una organización desequilibrada,
descontrolada, desorientada y conducida por la ira o el miedo. Una fragata que
encalla con la mar en calma, no explota todas sus capacidades y ahoga toda su
creatividad.
Aquél que domine sus
emociones y comprenda las de los demás tendrá una ventaja sobre el resto para
que su equipo progrese. El Autocontrol será vital para
el buen Gestor. En la próxima entrada de Molinesia abordaremos algunas
pautas para mejorar esta cualidad. No es tarea sencilla, si bien pueden
realizarse progresos sustanciales a través del entrenamiento sutil, entre otros, del músculo de la atención. Dani
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