Huyendo de las
organizaciones bufónicas.
Foto: Dani Molinero |
El pasado Julio en
Manhattan tuve la inmensa
fortuna de poder pasear por la sede de la
Organización de las Naciones Unidas. Una majestuosa mesa en la que contemplar la
interacción ordenada de hasta 193 Estados Miembro con sus respectivos equipos
de traducción. Grata experiencia poder contemplar el epicentro de las políticas
de desarrollo global. Si las mesas de la ONU son necesarias, no los son menos
sus oficiales y voluntarios de campo residentes en Trípoli, Beirut, Al Qaim o Darfur
(por algunos de estos lugares también paseé). 2.600 millones de dólares de
presupuesto institucional orientados a la acción en materia de paz y seguridad,
desarrollo, derechos humanos, ayuda humanitaria y legislación internacional.
Maquinaria de precisión destinada a cohesionar todo lo
que nos une, o debiera unirnos. Tarea compleja y camino sin final, si
bien nos enriquece la Diversidad y la experiencia
derivada de la misma.
Foto: Dani Molinero - Al Qaim - Iraq |
La naturaleza del ser
humano empuja a la mayoría a rodearse de seres semejantes impulsándolos a
vivir una vida relajada y de baja exposición al conflicto. Prima para ellos la
necesidad imperiosa de afianzar sus valores a través de la aprobación de
terceros, diluir sus miedos y compartir sus creencias con compadres afines.
Buscan ante todo protección en espacios de seguridad adoptando para sí los
códigos y actitudes comunes al Grupo. Se trata de los abanderados de la
comodidad y el conformismo, quienes anteponen la armonía a la plenitud. Sosiego,
monotonía, unión y coherencia (continuidad a la herencia recibida; no confundir
con “congruencia”).
Pero existen al mismo
tiempo otro tipo de sujetos con la necesidad de explorar y centrar el foco en
nuevas experiencias. Extroversión, curiosidad, flexibilidad, exploración y necesidad de aprendizaje continuo. Ellos han hecho de
su libertad su carta de identidad y de abandonar su zona de confort su mayor
ejercicio de felicidad. Huyen de la autocomplacencia y aceptan la crítica de
otros como algo innato al ser humano; decir algo sin que nadie se moleste no
encaja en su filosofía. Hay pocos y no son de estar ahí, aquí o allí, sino que están
en todas partes. Aunque el totalitarismo se ocupe de enmascarar su brillo,
ellos seguirán lanzando sus destellos con el propósito de alumbrar nuevos horizontes.
Partiendo de la base de
que nada es ideal puede ser beneficioso rodearse tanto de los primeros como de
los segundos. A diferencia de nuestra familia, la cual nos viene impuesta, en
el terreno personal corresponde a cada uno elegir su grupo de compinches con
quien compartir experiencias, inquietudes y hasta proyectos de vida en común.
¡Faltaría más! Cada individuo es dueño de sus actos y de las consecuencias derivadas de los mismos. O
al menos, así debería ser. ¿Pero qué fórmula es la más adecuada para avanzar hacia
equipos de alto rendimiento en nuestras organizaciones?
La caída del telón de
acero y la irrupción del mundo 2.0 vienen transformado la realidad y lastrando
el devenir de nuestras empresas de manera incuestionable. Dicen los gurús que
tras la adhesión del segundo mundo al primero nada volverá a ser lo mismo. ¿Y
si fuera cierto? El tamaño importa (Kodak, Sega, Nokia,…), pero ni siquiera
este hecho garantiza el éxito en mercados de evolución frenética, competencia
feroz y necesidad imperiosa de adaptación. Según varios estudios las causas
principales de dichos fracasos son por este orden la falta de personal con
capacidad y experiencia, la incorrecta coordinación y gestión de los equipos de
trabajo así como la inadaptación de los puestos solicitados a la realidad del
mercado objetivo. Fomentar la camaradería
excesiva, el buen rollo y la negación
de los conflictos redunda en la falta de estímulo para
el grupo. La incapacidad de definir metas ambiciosas, la falta de
cuestionamiento y la autocomplacencia son las
señas de identidad del escepticismo y el atril de la mediocridad.
¿Entonces, cómo
conformamos las organizaciones para el nuevo escenario?
Pablo Nogaledo, un músico percusionista brillante, me explica que los mejores
violinistas tocarán buena música pero que nunca conformarán por sí solos la mejor
orquesta. No es posible adaptarse al cambio sin la
estimulación del mismo. Por ello se antoja tarea indispensable de los
Gestores el fomentar la diversidad en sus organizaciones y aceptar lo que ello
conlleva. Partiendo de la base de que nadie es dueño de toda la verdad se
tratará de promover en la organización el enriquecimiento
a través de las desavenencias. Será tarea inexcusable del Gestor aceptar
un índice algo más elevado de discrepancias y crear un marco donde las personas puedan gestionar la realidad de sus diferencias con proactividad. De
puertas adentro, el dinamismo surgido entre sujetos de mentalidad diferente
debe enriquecernos contribuyendo a la ruptura de
paradigmas y estructuras mentales erróneas; esas que lastran el
desarrollo de nuestras organizaciones. De puertas a fuera, en cambio, dicha
diversidad redundará en cada vez más fructíferas interacciones y relaciones con
la cada vez más reinante complejidad de nuestros entornos. Impulsar actitudes
retadoras al Status Quo conducirá irremediablemente a un escenario
de nuevas preguntas. Los pies en el suelo y la mente en el
universo.
Invito a los Gestores a
impulsar la diversidad en las organizaciones. A aprender en definitiva a
gestionar lo paradójico y a promover la singularidad
de las personas como factor diferencial. A huir de las organizaciones
bufónicas y a sentar las bases para los retos del futuro. Para avistar el
océano azul será necesario mojarse. Coraje y conciencia para afrontar el cambio.
La mente que se abre a una nueva idea, jamás volverá a su tamaño original –
Albert Einstein. Dani Molinero – Molinesia ©
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