domingo, 1 de noviembre de 2015

DIVERSIDAD



Huyendo de las organizaciones bufónicas.



Foto: Dani Molinero
El pasado Julio en Manhattan tuve la inmensa 
fortuna de poder pasear por la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Una majestuosa mesa en la que contemplar la interacción ordenada de hasta 193 Estados Miembro con sus respectivos equipos de traducción. Grata experiencia poder contemplar el epicentro de las políticas de desarrollo global. Si las mesas de la ONU son necesarias, no los son menos sus oficiales y voluntarios de campo residentes en Trípoli, Beirut, Al Qaim o Darfur (por algunos de estos lugares también paseé). 2.600 millones de dólares de presupuesto institucional orientados a la acción en materia de paz y seguridad, desarrollo, derechos humanos, ayuda humanitaria y legislación internacional. Maquinaria de precisión destinada a cohesionar todo lo que nos une, o debiera unirnos. Tarea compleja y camino sin final, si bien nos enriquece la Diversidad y la experiencia derivada de la misma


Foto: Dani Molinero - Al Qaim - Iraq
La naturaleza del ser humano empuja a la mayoría a rodearse de seres semejantes impulsándolos a vivir una vida relajada y de baja exposición al conflicto. Prima para ellos la necesidad imperiosa de afianzar sus valores a través de la aprobación de terceros, diluir sus miedos y compartir sus creencias con compadres afines. Buscan ante todo protección en espacios de seguridad adoptando para sí los códigos y actitudes comunes al Grupo. Se trata de los abanderados de la comodidad y el conformismo, quienes anteponen la armonía a la plenitud. Sosiego, monotonía, unión y coherencia (continuidad a la herencia recibida; no confundir con “congruencia”). 
 
Pero existen al mismo tiempo otro tipo de sujetos con la necesidad de explorar y centrar el foco en nuevas experiencias. Extroversión, curiosidad, flexibilidad, exploración y necesidad de aprendizaje continuo. Ellos han hecho de su libertad su carta de identidad y de abandonar su zona de confort su mayor ejercicio de felicidad. Huyen de la autocomplacencia y aceptan la crítica de otros como algo innato al ser humano; decir algo sin que nadie se moleste no encaja en su filosofía. Hay pocos y no son de estar ahí, aquí o allí, sino que están en todas partes. Aunque el totalitarismo se ocupe de enmascarar su brillo, ellos seguirán lanzando sus destellos con el propósito de alumbrar nuevos horizontes.

Foto: Iker Irure - United Nations
Partiendo de la base de que nada es ideal puede ser beneficioso rodearse tanto de los primeros como de los segundos. A diferencia de nuestra familia, la cual nos viene impuesta, en el terreno personal corresponde a cada uno elegir su grupo de compinches con quien compartir experiencias, inquietudes y hasta proyectos de vida en común. ¡Faltaría más! Cada individuo es dueño de sus actos y de las consecuencias derivadas de los mismos. O al menos, así debería ser. ¿Pero qué fórmula es la más adecuada para avanzar hacia equipos de alto rendimiento en nuestras organizaciones?


La caída del telón de acero y la irrupción del mundo 2.0 vienen transformado la realidad y lastrando el devenir de nuestras empresas de manera incuestionable. Dicen los gurús que tras la adhesión del segundo mundo al primero nada volverá a ser lo mismo. ¿Y si fuera cierto? El tamaño importa (Kodak, Sega, Nokia,…), pero ni siquiera este hecho garantiza el éxito en mercados de evolución frenética, competencia feroz y necesidad imperiosa de adaptación. Según varios estudios las causas principales de dichos fracasos son por este orden la falta de personal con capacidad y experiencia, la incorrecta coordinación y gestión de los equipos de trabajo así como la inadaptación de los puestos solicitados a la realidad del mercado objetivo. Fomentar la camaradería excesiva, el buen rollo y la negación de los conflictos redunda en la falta de estímulo para el grupo. La incapacidad de definir metas ambiciosas, la falta de cuestionamiento y la autocomplacencia son las señas de identidad del escepticismo y el atril de la mediocridad.

¿Entonces, cómo conformamos las organizaciones para el nuevo escenario

Pablo Nogaledo, un músico percusionista brillante, me explica que los mejores violinistas tocarán buena música pero que nunca conformarán por sí solos la mejor orquesta. No es posible adaptarse al cambio sin la estimulación del mismo. Por ello se antoja tarea indispensable de los Gestores el fomentar la diversidad en sus organizaciones y aceptar lo que ello conlleva. Partiendo de la base de que nadie es dueño de toda la verdad se tratará de promover en la organización el enriquecimiento a través de las desavenencias. Será tarea inexcusable del Gestor aceptar un índice algo más elevado de discrepancias y crear un marco donde las personas puedan gestionar la realidad de sus diferencias con proactividad. De puertas adentro, el dinamismo surgido entre sujetos de mentalidad diferente debe enriquecernos contribuyendo a la ruptura de paradigmas y estructuras mentales erróneas; esas que lastran el desarrollo de nuestras organizaciones. De puertas a fuera, en cambio, dicha diversidad redundará en cada vez más fructíferas interacciones y relaciones con la cada vez más reinante complejidad de nuestros entornos. Impulsar actitudes retadoras al Status Quo conducirá irremediablemente a un escenario de nuevas preguntas. Los pies en el suelo y la mente en el universo.

Invito a los Gestores a impulsar la diversidad en las organizaciones. A aprender en definitiva a gestionar lo paradójico y a promover la singularidad de las personas como factor diferencial. A huir de las organizaciones bufónicas y a sentar las bases para los retos del futuro. Para avistar el océano azul será necesario mojarse. Coraje y conciencia para afrontar el cambio. La mente que se abre a una nueva idea, jamás volverá a su tamaño original – Albert Einstein. Dani Molinero – Molinesia ©

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